En respuesta al texto de Christian Morisot, que reflejaba los sentimientos de muchos franco-argelinos, los pied-noirs, respecto a lo que percibieron como una traición por parte de Francia —un país que habían construido, generación tras generación, y que creían suyo—, quise enfatizar la realidad más amplia de la administración colonial francesa, su estructura y sus leyes, para todos los pueblos que vivieron, trabajaron y sufrieron en esa tierra.
Hoy, la respuesta de Antoine Marquet se inscribe en esta tradición y abre un camino hacia la reconciliación. Su texto nos invita a contemplar esta historia con equilibrio y humanidad, sin caer en simplificaciones excesivas.
Nos recuerda lo esencial que es fomentar el diálogo entre las diferentes memorias en lugar de contraponerlas.
Antoine, expresas con precisión los profundos sentimientos de los pied-noirs, un sentimiento que comprendo aún mejor porque mi esposa pertenece a esta comunidad y comparte plenamente esta emoción, una mezcla de nostalgia y dolor. Louis Pérez y Cid
Respuesta a la respuesta
Por Antoine Marquet
Louis,
Tienes razón al recordarnos que la historia de la Argelia colonial no puede reducirse a una visión heroica, ni a una versión puramente centrada en la víctima. Todos sabemos que, en esa tierra, los destinos se superpusieron, se entrelazaron, chocaron y, a veces, se cruzaron. Hubo injusticias, sufrimiento y violencia. Ninguna persona honesta puede negarlo.
Pero para comprender un recuerdo, hay que empezar por escucharlo tal como se expresa.
Christian no estaba dando una minilección como historiador: hablaba desde sus propios recuerdos, desde las imágenes transmitidas de generación en generación, desde lo que aún pervive en las familias francesas expulsadas de allí. En este tipo de memoria o testimonio —a veces indirectamente— no hay un juicio sobre los demás, sino el dolor de una desaparición: un mundo construido generación tras generación, y luego borrado en un instante. Muchas de estas personas no se consideraban «colonos» en el sentido ideológico de la palabra. Nacieron allí y se sentían como en casa. Muchos eran gente común.
Creo que hoy en día, lo mejor para nosotros no es enfrentar los recuerdos entre sí, sino yuxtaponerlos, permitir que dialoguen. La historia global, con su estructura, sus leyes, sus decretos, sus sistemas y demás, sí, es necesaria, pero no reemplaza la verdad íntima de cada individuo.
Lo que temo, precisamente, es que en este debate, la gran narrativa histórica eclipse el testimonio humano. Terminamos borrando a personas reales en favor de conceptos.
Para avanzar, debemos aceptar cuatro cosas sencillas:
• Los argelinos han sufrido injusticias estructurales.
• Los franceses de Argelia experimentaron una ruptura brutal que los marcó de por vida.
• Francia, en cualquier caso, tiene dificultades para afrontar este pasado con franqueza, a pesar de su enorme contribución a Argelia, liberándola del dominio otomano… una hazaña nada desdeñable.
Argelia debe dejar de vivir, a través de las acciones de sus líderes, de una especie de narrativa histórica antifrancesa.
Si logramos integrar estas cuatro verdades, quizá podamos, por fin, hablar de Argelia sin que cada conversación se convierta en un juicio.
Y entonces la memoria dejará de ser un campo de batalla para convertirse en un espacio de transmisión.