El Águila, posada sobre un viejo proyectil, 
sostenía en su pico un tridente azul y dorado.
El Oso, atraído por el olor a pólvora,
salió de su guarida, indignado:
"¡Oye! ¡Hola, gran ave del cielo,
siempre presto a planear sobre las hogueras!
¡Qué noble es tu plumaje, qué fuerte resuena tu grito,
¡Uno diría que la paz nace en tus costas!
Pero dime, este tridente reluciente,
¿Qué haces tan cerca de mi campo?
Esta joya, creo, fue tallada en mi forja,
y su empuñadura, hace mucho tiempo, marcó mi mar."
El Águila, halagado por tan falso tono,
quiso ser rey, defensor, héroe.
Gritó con fuerza, batió sus alas...
Y el tridente cayó, cruel. El Oso saltó, lo tomó y lo estrechó entre sus garras,
rugiendo: "¡Retiro lo que había en mi prisa!" El Águila, irritada, llamó a sus amigos:
El búho*, la vieja Europa y algunos colibríes.
Todos acudieron a piar: "¡Suelta este trofeo!". Preocupados, sin embargo, se mantuvieron alejados.
Pero el Oso, gruñendo, permaneció acampado.
Moraleja:
"Entre el Águila que promete y el Oso que toma, el Tridente sangra y el búho observa, contando las penas como otros cuentan ovejas".
*El búho. Sabia, observadora, pero a menudo inmóvil y silenciosa, lo ve todo... y no se mueve.